El fútbol y las externalidades.
Estos días el fútbol
ocupa un lugar destacado en los medios de comunicación y se debate sobre el
precio de determinados fichajes. Para unos, se trata de operaciones rentables y
otros opinan lo contrario. Pero en ambos casos no se toman en consideración
todos los elementos relevantes para desarrollar el argumento. Unos y otros
olvidan algo muy importante: un fichaje puede ser barato para el club y caro para
la sociedad; o viceversa. En cualquier caso, es necesario conocer los costes y
los resultados -económicos, deportivos y sociales- de las operaciones. Pero es
imposible conocerlos por adelantado. En consecuencia, los precios se han fijado
sobre la base de conjeturas.
El mercado de los
grandes jugadores acostumbra a ser imperfecto pues los grandes jugadores son
distintos entre sí. No hay dos jugadores iguales. Los premios y reconocimientos
se encargan de acentuar las diferencias. Tampoco hay muchos compradores y
vendedores. Por el contrario, para cada gran jugador acostumbra a haber un
vendedor y un número reducido de compradores. El vendedor tiene poder de
mercado y, por ello, puede fijar un precio anormalmente alto. En este caso
puede que no haya comprador o puede haber un comprador que considere que aún
pagando un precio elevado la operación sea racional. En todo caso, se fija un
precio que está claramente por encima del que correspondería a un mercado con
muchos vendedores de jugadores similares y muchos compradores, también
similares. Lo mismo sucede con el agua en el desierto: como es escasa, su
precio es altísimo.
En este asunto, lo más
sencillo es simplificar y decir que el precio se ha fijado de acuerdo con los
principios de la oferta y la demanda, como si de un bien cualquiera se tratara.
Pero simplificar no vale. Los jugadores extraordinarios, al contrario de lo que
muchos piensan, no son bienes de lujo. Éstos, prescindibles por definición,
registran reducciones de la demanda cuando su precio aumenta por encima de un
determinado nivel. Por el contrario, los bienes de solemne necesidad, como el
agua en el desierto, se adquieren con independencia de su precio. Pero la
necesidad de un bien no depende de sus características intrínsecas sino de las
preferencias del comprador. Aunque pueda parecer extraño, para los grandes
amantes del mar un velero puede ser un bien de primera necesidad. Lo mismo
ocurre con determinados jugadores de fútbol.
En este caso, el gran
jugador, a diferencia de la mayoría de bienes que consumimos cotidianamente,
tiene otra característica: su oferta es muy escasa. En consecuencia, si el
comprador tiene el capricho -o la necesidad, de acuerdo con sus preferencias-
de poseer un determinado jugador, el precio que estará dispuesto a pagar
dependerá de sus recursos. Y si estos son elevados, el precio, lógicamente,
será alto. Lo malo en estos casos es ir a la puja con la faltriquera llena.
Esto lo sabemos perfectamente quienes practicamos la compra de libros escasos a
los que damos mucho valor.
Además, cuando los
precios de unos jugadores suben, ocurre como con las mareas: todos los barcos
suben cuando éstas lo hacen. Y este hecho es un coste que debería ser
contabilizado.
¿La decisión de pagar
un precio aparentemente elevado es racional desde el punto de vista económico?
No se sabe. Dependerá de los resultados globales (deportivos, publicidad,
patrocinios...) y de si los mismos pueden conseguirse con un coste menor
(descartes incluídos). Dentro de un tiempo sabremos si la decisión fue racional
o respondió sólo a la satisfacción de una necesidad. En otros términos, se
sabrá si se ha tomado la mejor decisión entre todas las posibles o,
simplemente, si se ha tomado una buena decisión basada en intuiciones, deseos o
fantasías.
Pero aquí no acaba el
asunto. Quedan las externalidades. Las externalidades pueden definirse como los
efectos de una determinada conducta sobre las personas que no actúan en el
mercado. El ejemplo más utilizado de externalidad negativa es la contaminación.
La educación es un buen ejemplo de externalidad positiva. En mi opinión, los
grandes jugadores pueden generar externalidades positivas derivadas de su
excelente juego y explicables por la satisfacción que producen sobre aquellos
que, sin pagar un precio (viendo los partidos por televisión, por ejemplo),
pueden disfrutar con sus jugadas. También generan externalidades negativas. Por
ejemplo, sobre los aficionados del equipo rival; pero éstas, ahora, no
interesan. Sí me refiero a las externalidades negativas que suponen el mensaje
de cuanto ocurrió en la celebración de un sarao en un club nocturno que costó
17.500 euros y que se presenta como un reflejo del éxito.
AMADEO
PETITBÓ CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA APLICADA
OPINIÓN:
Si aceptamos que los ejemplos de Rafael
Nadal, Pau Gasol, Fernando Torres, Xavier Hernández, Severiano Ballesteros,
Fernando Alonso o Andrés Iniesta, entre otros, generan externalidades positivas
por transmitir que el éxito se basa en el talento, el esfuerzo y la superación
de dificultades, también puede aceptarse que el sarao y sus circunstancias
suponen unos costes sociales que, también, deberían ser contabilizados. En
suma, la economía nos enseña que no todo cuesta lo que se paga. A veces, los
costes --privados y sociales- son superiores -o inferiores- a los euros pagados
por un determinado jugador. El tiempo, juez implacable de todas las decisiones,
nos lo dirá.
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